Crítica de Normal People por Obscuritas

Connell y Marianne, Marianne y Connell… Lo que me habéis hecho pasar y sentir…

En su momento se habló mucho de esta serie y sé que está muy bien considerada, y la he tenido en pendientes mucho tiempo, pero supongo que nunca ha sido su momento, hasta ahora. Lo curioso es que la empecé hace unos días porque estaba en el mood de algo tierno, algo romántico, tal vez con un poco de drama porque la comedia no suele ser lo mío, algo que me hiciera sentir, pero desde luego no esperaba que me pasara un tren de mercancías por encima y me dejara en la más absoluta miseria. Menudo viaje… No he podido evitar meterla directamente en mi top de favoritas, y eso que estoy totalmente hundida mientras escribo esto.

Los dos protagonistas se conocen desde prácticamente toda la vida, pero nunca han tenido una relación demasiado cercana, los dos son peculiares y pertenecen a mundos distintos, tanto a nivel económico como en cuanto a popularidad y relaciones en su día a día. Son dos personas realmente inteligentes pero que no saben lidiar con su propio mundo interior, y vaya mundo tienen los dos.

A lo largo de doce capítulos que enganchan de mala manera y que se hacen terriblemente cortos seguiremos a Marianne y a Connell en la exploración de todo lo que llevan dentro y ni terminan de comprender ni saben cómo expresar. Los seguiremos juntos y también separados y veremos cómo sus caminos se van uniendo y distanciando pero nunca dejan de estar conectados, a pesar de los kilómetros y a pesar de lo que la vida pueda hacer con ellos y de ellos. Y es que son dos almas completamente rotas con mucho que ofrecer al mundo pero incapaces de hacerlo, y con una conexión increíble.

Normal people no es sólo una serie (no he leído el libro, así que hablaré exclusivamente de la serie) sobre una pareja y sus idas y venidas, es una serie sobre el dolor que las personas arrastran a lo largo de su vida, el cómo alguien se puede llegar a sentir insignificante e indigno de cualquier cosa buena que le pueda llegar a pasar o le puedan llegar a decir. Probablemente hay que tener un poco de alguno de los dos para poder entenderlo por completo, pero creo que basta tan sólo una pizca de empatía para ponerse en su lugar aunque sólo sea durante un breve instante, lo que dura un capítulo. Y es que vemos cómo se abren ante nosotros, cómo se desnudan en cuerpo y alma, y nos lo muestran con tal sensibilidad, tal delicadeza y tal intimidad que hasta resulta un tanto violento estar mirando en algunas ocasiones, nos estamos asomando a sus mundos interiores y a su relación.

Los primeros capítulos los iba viendo por la curiosidad, porque me estaba gustando y quería saber más de la historia de estos personajes, la química que desprenden me tenía pegada a la pantalla, pero toda la segunda mitad de la temporada me la he visto de un tirón, no he podido dejar de ver un capítulo tras otro, y eso que cada vez se va volviendo más cruda, pero también más real, y cada vez he ido empatizando más y más con Marianne.

El final me ha dejado totalmente destrozada, pero no del todo en el mal sentido, me parece un buen final, y en realidad en el fondo sabía que no podía ser de otra manera, no es ese tipo de historia. Pero se han hecho tanto bien el uno al otro, se han ayudado a sanar, o al menos a empezar a hacerlo, están empezando a ser felices, o a estar cómodos consigo mismos, y pueden volar solos por fin. Y no significa que sea un adiós para siempre, sus caminos no dejan de encontrarse, e incluso si no vuelven a verse, siempre estarán unidos. Y esa última escena con el grupo lo significa todo.

Sobra decir que nada de esto habría sido posible sin las grandísimas interpretaciones y la impresionante química entre Paul Mescal y Daisy Edgar-Jones.

Ahora mismo sólo quiero hacerme bolita, pensar y sentir, pero no sin antes recomendaros muy mucho muchísimo que veáis esta pedazo de serie que me arrepiento horrores de haber tardado tanto en ver. Lo siguiente será el libro.