Vampiros

Los vampiros están de moda. Y dentro de este panorama cultural y audiovisual, llega Vampires, una creación francesa producida por Netflix. Lo que uno piensa al verla es que hay que curar de una vez por todas la epidemia de neón que azota a las producciones mediocres convencidas de que tienen caché y estilo. Rosa y azul cian junto al fregadero de la cocina y rojo sangre y verde al entrar en el túnel de la autopista. Esta serie de 2020, « Vampiros » cambia la visión artística por la luz de colores, confunde la dirección con clips largos, repetitivos y estériles que nunca dicen nada sobre las situaciones que ilustran, y se entrega a una violencia chic y chocante que recicla los clichés del género. La única buena idea de esta serie - crecida en los campos de Crepúsculo - reside en su voluntad de vincular el vampirismo y el nacimiento de la sexualidad femenina. Además, la interpretación de la joven actriz Oulaya Amamra es muy convincente, sobre todo porque su personaje es el más complejo de interpretar de la serie. Al mismo tiempo, no es difícil. El resto es soporífero: Suzanne Clément se hunde en su cocina y parece estar buscando un verdadero director; Pierre Lottin -que estaba fantástico en la película de François Ozon «Gracias a Dios » se ve reducido a robar latas de sangre en un matadero; la tensión homosexual entre los dos de los protagonistas nunca está al servicio de la trama, sino que sólo está ahí para marcar otra casilla en la hoja de especificaciones inclusivas de Netflix. Otra serie más que se agota compuesta de bellas imágenes sin pensarlas nunca, otra serie más que representa la sexualidad adolescente a través del prisma de los códigos inherentes a la pornografía, otra serie ridícula sobre un universo incoherente que casi nos hace lamentar las desventuras de Bella Swan en sus días malos. La prueba de que el "género" no basta para hacer una serie de género.