Crítica de Terrifier 3 por MrPenguin

La Navidad ha llegado antes que nunca y no porque lo digan Mariah Carey o la sección de turrones del Mercadona, sino porque nuestro querido Art, el payaso diabólico más retorcido que haya conocido el slasher moderno, está ya de regreso y lo hace con un siniestro regalito lleno de sangre, vísceras y adornos navideños. La subversión definitiva de lo que debería ser una época de paz y armonía materializada en la que, en contraste, podríamos considerar como la entrega más enfermiza de la saga hasta la fecha. No quizás en términos de brutalidad gráfica —donde no anda muy lejos de su predecesora—, sino en cuanto al sadismo desplegado en todas y cada una de las diferentes, atroces y creativas muertes que nos acompañarán a lo largo de dos intensas horas de puro delirio gore. A Art le dan igual la ambientación navideña y los mensajes de amor: nadie, independientemente de su edad o inocencia, está a salvo de la salvaje y grotesca carnicería —nuevamente apoyada en unos geniales efectos prácticos— que su satánica y payasil majestad nos tiene reservada.

Damien Leone, artífice de tan singular franquicia, sigue así empeñado en llevar todo su universo a nuevas e impactantes cotas de locura audiovisual, pero también de continuar expandiéndolo entrega tras entrega. En esta ocasión, y profundizando más en el trauma de los personajes, Leone recupera a varios de los supervivientes de películas anteriores mientras, a su vez, nos da nuevas pinceladas sobre las raíces sobrenaturales que encierra la incierta génesis de su macabro protagonista. Se nota que hay un esfuerzo por alcanzar ese frágil equilibrio entre drama y gore, aunque también es cierto que toda esa parte más introspectiva, si bien se agradece desde un punto de vista narrativo, puede acabar afectando a la película en lo que a ritmo se refiere. En cualquier caso, 'Terrifier 3' da lo que promete y vuelve a ofrecernos un sádico espectáculo donde nuestro Grinch particular, lejos de venir a robarnos la Navidad, no hará sino amenizarnos su llegada entre villancicos, lucecitas y motosierras oxidadas. Y si esa no es la verdadera esencia del espíritu navideño, que baje Santa Claus y lo vea.