Crítica de Shame por Sandris

Steve McQueen nos sumerge en un filme a priori incómodo. 'Shame' es una película provocadora, perturbadora, visceral y cruda, pero también retrata con cierto lirismo o poesía el descenso a los infiernos de los personajes.
Nos ofrece ni más ni menos que la representación de una enfermedad que imposibilita a Brandon el entablar cualquier tipo de relación afectiva con otro ser humano. Esta adicción le lleva a relacionarse con mujeres de todo tipo, pero le incapacita a amar, o a sentirse amado por otra persona que no sea su hermana. Es un personaje muy complejo, pero con unos matices brutales. Es un antihéroe, por supuesto, un hombre de éxito con una vida envidiada por muchos que, de pronto, comienza a desmoronarse, su máscara de vida perfecta se cae a pedazos a sus pies dejando paso a un alma torturada, un hombre avergonzado, un ser vacío, hueco y autodestructivo que es dirigido y gobernado por esa compulsión que le ofrece una vía de escape, a la par que le regala un intenso sentimiento de soledad que es incapaz de manejar. Lo interesante que nos plantea el filme no es la enfermedad en sí, sino el hecho que la originó, el trauma que convirtió a ambos hermanos en seres disfuncionales que intentan cubrir sus carencias de la mejor forma posible, puede que no la mejor, pero al menos sí la única que ellos conocen. Por tanto, Brandon pasa de ser un antihéroe bíblico a una víctima de sus impulsos y de situaciones que le han privado de cierto control en su vida.

Michael Fassbender nos lleva de la mano a dar un paseo por el lado oscuro de la adicción sexual con total naturalidad y frescura. Y también decide regalarnos, en mi opinión, un peliculón más profundo de lo que parece a simple vista.