Redactada: 2024-08-17
'RoboCop' o cómo el sistema consiguió que un pobre hombre siguiera currando incluso después de muerto. El trabajador perfecto. El policía implacable. Un agente reconvertido en cyborg tras ser torturado, mutilado y asesinado a manos de una Detroit completamente sumida en el caos. El sórdido reflejo de un mundo decadente, asolado por el crimen y controlado por las grandes corporaciones con el que Paul Verhoeven, anticipándose a la propuesta estilística que años después mostraría en 'Total Recall', nos acercaba a un violento western retrofuturista donde la tierra y el polvo daban paso al asfalto y el metal. Eran los mismos cimientos de tantas y tantas otras distopías cyberpunk, solo que salpicados por un punto de brutalidad adicional que, además, se entremezclaba con una crítica mordaz hacia la corrupción institucional, la manipulación de los medios y las consecuencias del capitalismo más feroz y salvaje. Un futuro a todas luces dantesco que, pese al evidente filtro de exageración satírica ante el que nos era expuesto, no se alejaba tanto de nuestro mundo actual.
No tan sutil —aunque igualmente ácida y demoledora— es la mirada que Verhoeven lanza sobre el conflicto que sufre nuestro protagonista; ese hombre despojado de cuerpo, recuerdos e identidad que, casi a modo de monstruo de Frankenstein cibernético, irá cuestionándose su propia naturaleza al tiempo que retazos de su pasado comienzan a atormentarle. Era la forma perfecta de humanizar al personaje, dotarle de un propósito y hacer que pudiéramos empatizar todavía más con su causa; con esa búsqueda de venganza que dejaba a un lado la parte más reflexiva del guion y, a cambio, nos invitaba al sangriento festival de violencia, muerte y destrucción que encumbraría a la película para la posteridad. Todo un clasicazo ochentero que, aun habiendo envejecido algo mal en algunos aspectos, todavía conserva intacta la espectacularidad de sus escenas de acción, su fantástico diseño de producción y, sobre todo, la —quizás— profética visión de ese indeseable futuro en el que lo mas humano se encuentra, paradójicamente, bajo una fría coraza de metal.
No tan sutil —aunque igualmente ácida y demoledora— es la mirada que Verhoeven lanza sobre el conflicto que sufre nuestro protagonista; ese hombre despojado de cuerpo, recuerdos e identidad que, casi a modo de monstruo de Frankenstein cibernético, irá cuestionándose su propia naturaleza al tiempo que retazos de su pasado comienzan a atormentarle. Era la forma perfecta de humanizar al personaje, dotarle de un propósito y hacer que pudiéramos empatizar todavía más con su causa; con esa búsqueda de venganza que dejaba a un lado la parte más reflexiva del guion y, a cambio, nos invitaba al sangriento festival de violencia, muerte y destrucción que encumbraría a la película para la posteridad. Todo un clasicazo ochentero que, aun habiendo envejecido algo mal en algunos aspectos, todavía conserva intacta la espectacularidad de sus escenas de acción, su fantástico diseño de producción y, sobre todo, la —quizás— profética visión de ese indeseable futuro en el que lo mas humano se encuentra, paradójicamente, bajo una fría coraza de metal.
Guion
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Banda sonora
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Interpretación
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Efectos
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Ritmo
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Entretenimiento
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Complejidad
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Credibilidad
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Fotografía
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Dirección
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