Crítica de La virgen roja por Sandris

Redactada: 2024-12-31
Segunda república española. Trajes negros, una casa pudiente pero de muros cerrados, silencio, el estudio y la reflexión como único modo de vida, respeto a la matriarca, rechazo del amor y los sentimientos que todo lo nublan, rechazo por la vida que una mujer joven puede hacer, el poder de una madre, el poder del pueblo y el poder del amor. Paula Ortiz, una cineasta dotada con una sensibilidad que juega fuera de toda competición, abraza la estética lorquiana en todo su esplendor. Como ya había mostrado en su adaptación de «Bodas de sangre» (‘La novia’), ahora erige un monumento al poeta granadino en ‘La virgen roja’, que es imposible que no nos traiga a la memoria «La casa de Bernarda Alba». Cual mito de Pigmalión, Aurora una mujer procedente de una buena familia, decide engendrar un hijo y convertirlo en el futuro de España. Cuando nace Hildegart, su madre la cría siguiendo los principios de la eugenesia para que sea la mujer perfecta. Estudiada, culta, letrada, elegante, recta y con un pensamiento revolucionario, Hildegart sorprende a todos con su inteligencia y audacia. A los tres años ya sabía escribir, a los ocho años hablaba seis idiomas, a los diecisiete años se convierte en la abogada más joven de España y en autora de varios ensayos y libros que cambiarían el pensamiento de muchas mujeres de la época. Activista por los derechos de la libertad sexual de las mujeres, mujer, persona, humana, pensadora… Mas, sin embargo, también era una mujer recluida tras los muros de un hogar perfecto, en el que no había espacio para los sentimientos, las emociones o la improvisación. Todo lo que sucedía en la vida de Hildegart, desde su nacimiento hasta su muerte, debía pasar por la aprobación de una madre convertida en carcelera.

La película se centra en la recreación de la historia de esta gran mujer en manos de una gran Alba Planas, siempre sometida al férreo control de su madre Aurora; una Nawja Nimri en el mejor papel de su carrera. Ambas mujeres se confinan voluntariamente en su hogar, dedicadas al aprendizaje, alejadas del ruido y, sobre todo, alejadas de la vida. Como si viviésemos dentro de la obra de Lorca, una vez que Aurora nota que empieza a perder el control de Hildegart a favor de un floreciente amor, es presa del pánico y su perfecta estatua comienza a hacerse añicos («Bernarda— Una hija que desobedece deja de ser hija para convertirse en una enemiga»). Lo que Aurora nunca comprenderá es que «no hay revolución sin amor», porque, ¿Qué es una revolución sino un acto de amor por la patria? ¿De qué sirve transformar un país a base de pensamiento crítico si no queda espacio para el corazón, para el sentir?

Su legado fue derrocado y aniquilado con la llegada de la guerra civil y la posterior dictadura franquista, pero su recuerdo sigue presente, como una brizna de hierba arrastrada por el aire hasta nuestro exacto momento vital ( «persistió en lo fantasmal» ). Impecable.
Guion
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