Crítica de El terror no tiene forma por MrPenguin
Redactada: 2024-10-30
No cabe duda de que uno de los miedos más primigenios del ser humano, al hilo que sugiere el título de la película, es aquel que surge ante lo que escapa a nuestra lógica racional. Ante lo desconocido, indefinible y, como en el caso que les tocará sufrir a nuestros protagonistas, carente de forma. Un concepto muy lovecraftiano —se nota la influencia del escritor— que tanto Chuck Russell como Frank Darabont, perfilando el guion a partir de la película homónima de 1958, supieron trasladar con gran acierto a este salvaje festival de sangre, casquería y masas viscosas venidas del espacio. La esencia primordial del horror cósmico en la forma —o, en este caso, ausencia de ella— de un ente devorador de carne, insaciable como un estudiante asaltando el frigorífico de madrugada, que no hará sino impulsar la diversión de una película donde cada muerte, por sádico que ello resulte, será más disfrutable que la anterior. Y es que el apetito de la gelatina de fresa espacial no conoce límites, pero la creatividad de los guionistas, por suerte, tampoco.
A ese mágico despliegue de desmembramientos, evisceraciones y fluidos corporales varios, todo ello cutre y, a su vez, genialmente escenificado gracias a unos cuidados efectos artesanales, hay que añadirle cierto tono de coña autoconsciente, muy ligado a lo absurdamente inverosímil de muchas de sus escenas, que acaba por romper con cualquier atisbo de formalidad que pudiera encerrar la película. Tampoco es que llegue al punto de presentarse como una parodia de la original, pero sí como una versión más gamberra de ella donde los protagonistas, aquí reducidos a meros estereotipos del cine de terror, no serán más que incautos peones en la brutal carnicería que nuestro flan asesino les tiene reservada. Ni siquiera su lado más serio, como la crítica velada hacia el uso de armas biológicas, es capaz de alejarla de su condición de placer culpable para amantes de las vísceras, los monstruos amorfos y el gore de serie B. Excesiva, surrealista y demencial forma de recordarnos que el terror no tiene forma, pero que, si la tuviera, sería sin duda de moco zampabollos.
A ese mágico despliegue de desmembramientos, evisceraciones y fluidos corporales varios, todo ello cutre y, a su vez, genialmente escenificado gracias a unos cuidados efectos artesanales, hay que añadirle cierto tono de coña autoconsciente, muy ligado a lo absurdamente inverosímil de muchas de sus escenas, que acaba por romper con cualquier atisbo de formalidad que pudiera encerrar la película. Tampoco es que llegue al punto de presentarse como una parodia de la original, pero sí como una versión más gamberra de ella donde los protagonistas, aquí reducidos a meros estereotipos del cine de terror, no serán más que incautos peones en la brutal carnicería que nuestro flan asesino les tiene reservada. Ni siquiera su lado más serio, como la crítica velada hacia el uso de armas biológicas, es capaz de alejarla de su condición de placer culpable para amantes de las vísceras, los monstruos amorfos y el gore de serie B. Excesiva, surrealista y demencial forma de recordarnos que el terror no tiene forma, pero que, si la tuviera, sería sin duda de moco zampabollos.
Guion
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Banda sonora
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Interpretación
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Efectos
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Ritmo
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Entretenimiento
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Complejidad
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Sentimiento
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Credibilidad
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Fotografía
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Dirección
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