Redactada: 2025-03-29
Rara vez un título desveló tanto para, curiosamente, decir tan poco. Y no porque 'El hombre que mató a Hitler y después al Bigfoot' no cumpla lo que promete, sino porque la forma de hacerlo, y más atendiendo a tan llamativa premisa, poco o nada tiene que ver con lo que a priori podría parecer. Es cierto que tenemos a Hitler, al Bigfoot y, efectivamente, al hombre que acabó con ambos, pero no en el contexto de un delirio pulp cargado de acción, violencia y excesos como cabría esperar, sino más bien en el de un melancólico retrato sobre las heridas del pasado, las oportunidades perdidas y la amarga impotencia de tener que enfrentarse, aun ya sabiendo cuál será el desenlace, al siempre implacable paso del tiempo. Preocupaciones profundamente humanas que Robert D. Krzykowski, en el que fuera su debut como cineasta, se encargaba de personificar en la figura de Calvin Barr, una suerte de héroe crepuscular que, pese a las muchas proezas de las que ha sido partícipe, no hace sino arrastrar el dolor por esas otras batallas, tan alejadas de tiranos como de bestias mitológicas, que nunca pudo ganar.

Una idea ciertamente interesante en su concepción, pero quizás no tanto en la forma de llevarla a cabo. Ya no solo por el hecho de crear unas expectativas que nunca es capaz de cumplir, sino también, y muy especialmente, por su preocupante indecisión a la hora de decantarse por el tono adecuado. No es cine de aventuras, ucronía histórica ni, desde luego, una película de acción, aunque tampoco renuncia a ciertos destellos cercanos a la épica que, por desgracia, no terminan de encajar en un relato cuyo particular desarrollo narrativo, estructurado principalmente a base de flashbacks, se siente mucho más cómodo entre los mimbres del drama introspectivo que bajo la sombra de cualquier otro género. Tan solo un gran Sam Elliott, firmando aquí otra de sus sólidas interpretaciones, logra destacar en esta atípica propuesta tan conmovedora en su forma como, a cambio, desaprovechada en su fondo. Desigual resultado para esta extraña reflexión sobre la vida, la vejez y esa dolorosa certeza de que tan aterradores son los monstruos del presente como, del mismo modo, los fantasmas del pasado.
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