Críticas de Los comulgantes

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Thomas es un pastor protestante que celebra los oficios religiosos con la iglesia casi vacía. Es un hombre solitario que sufre una profunda crisis espiritual y cuya vida carece de sentido. Incluso el amor que le profesa la maestra Marta se ha vuelto para él una carga insoportable. Su situación se agrava al verse incapaz de ofrecer ayuda alguna a una pareja de campesinos que acuden a él para pedirle consejo. Cuando, poco después, el campesino se suicida, Thomas se encuentra al borde del abismo y ya nada podrá llenar su vacío interior.

1963
80 min
Drama

RESEÑAS Y VALORACIONES DE Los comulgantes

Segunda entrega de la Trilogía del silencio de Dios de Ingmar Bergman y, a juicio personal, la más interesante —que no necesariamente la mejor— de las tres películas que conforman el tríptico. Y creo esto porque Bergman, pese a seguir abordando de nuevo las mismas dudas espirituales y existenciales de otros de sus trabajos, lo hace esta vez de una forma mucho más dura y directa, sin andarse por las ramas. Buen ejemplo de ello es la extensa secuencia inicial de la película, la cual dedica diez minutos a mostrarnos con extrema minuciosidad la celebración de una misa en una pequeña localidad sueca. Este arranque, que muchos ya tildarían de lento e irrelevante, está lleno de detalles que reflejan el tono general de 'Los comulgantes': el padre Tomas, con gesto apático y cansado, recita las sagradas escrituras frente a un escaso grupo de feligreses, de expresiones no menos hastiadas, en un ritual estéril oficiado por pura inercia.

Todo ese halo de desidia que envuelve a Tomas se ve agravado al darse cuenta de que no es capaz de ofrecer consuelo a Jonas, un hombre angustiado que piensa en el suicidio, ni de aceptar el amor de Märta, la maestra del pueblo. El pastor, más perdido incluso que sus propias ovejas, busca amparo en un Dios cuya única respuesta es el más absoluto de los silencios. El director vuelca así todas sus preocupaciones, dudas y temores en Tomas y construye un personaje atormentado que nos regala algunos de los momentos y diálogos más afilados de toda la filmografía del maestro sueco (especialmente destacable la escena en la que rechaza a Märta y la conversación con el sacristán sobre el verdadero sufrimiento de Jesús). El final, tan sutil como poético, cierra de manera perfecta otra desoladora película, cruda y áspera como el invierno nórdico, con la que Bergman vuelve a enfrentarnos al más profundo de los abismos: el de la propia existencia.

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